domingo, 12 de agosto de 2012

EL HOMBRE GRIS



El hombre gris cabila mientras, a lo lejos, un murmullo casi imperceptible, escupe miles de excusas por las que no acepta la oferta que se ha presentado. Ruidos de fondo en un Viernes cualquiera, la misma canción de siempre que si la crisis, el miedo, ahora no viene bien. Más de lo mismo.

" ¿Tan atada está la gente el dinero? El mismo me ha llamado porque quería ver lo que le ofrecía, incluso mandamos claves para que las usara ¡y no les hecho ni caso! ¿Por qué me hace perder el tiempo?". Al hombre gris le abordan las dudas y piensa "más de 10 años trabajando en esto ¿y realmente valgo?" "Esa fingida amabilidad me asquea, si quieres que me vaya me voy y esta pero no me regales falsa simpatía ya estoy cansado". El hombre gris dibuja su fría sonrisa. Pero esta sonrisa metálica cuela; el cliente pide disculpas y le ofrece la mano. Le comenta que si le surge algo le llamaría. En el umbral de la puerta el hombre gris piensa "mañana o ha tirado mi tarjeta o la ha perdido".

 Mira la hora, cambio de escenario. Ya está bien por esta semana. En la calle empieza oírse el bullicio de los Viernes poco antes de comer. El aire no es tan artificial y perfumado como en el local; se respira un aire de ciudad con sus infinitos matices. Se cuelga la bolsa y se mete las manos en los bolsillos mientras desciende el Paseo de Extremadura. El sol está alto, es una gran esfera amarilla que acaricia con el calor tibio del otoño. Ruido de gente, gritos de niños mitigados por los coches. El rictus del hombre gris está más relajado incluso se permite el lujo de sonreír; parece que el hombre gris está haciéndose más claro. "Aun tengo tiempo de tomarme algo antes de irme". Mira un antiguo bar con su letrero amarillo, su mobiliario antiguo y entra.

Con una cerveza en la mano el mundo es diferente. Preside la barra un hombre adusto, mayor pero duro como un roble; con sus manos callosas pero con su dignidad limpia como el primer día. Son de esas personas admiradas por el hombre ahora claro, duros como el tiempo y recios como raíces de un árbol centenario. Sin quererlo ya están hablando y sabe que se jubila y lleva allí trabajando 40 años. Su pequeño mundo. En cierto modo el hombre claro se identifica con él; en otra generación, en otra vida distinta, pero también con ese orgullo de luchar día por día para progresar. Ahora el tiempo vuela,  mira su reloj y se despide ya tiene que irse de Madrid.

Como si la película se tratara hay un cambio de fotograma ahora está viendo el Parque Regional del Guadarrama pasa todo como una sucesión de imágenes continuas con hondonadas, pinares, llanos, pequeños cañones horadados por el río. En el campo la cebada reverbera con su verdor. Desde allí parece que el sol está en su punto más alto; la luz se extiende por todo el paisaje a borbotones hasta las faldas de la Sierra y el aire que entra en el habitáculo del coche limpia las preocupaciones.

El hombre claro ahora es más blanco, con más fuerza. En en el fondo del valle se ven las primeras casas blancas, más a fondo la parte moderna del pueblo. Llevado por la rutina se mete en un espiral de coches que va en la misma dirección y siente un cosquilleo de placer, como si fuese la primera vez que acude a una cita pero que desde hace ya más de un año es habitual. Esta dentro del edificio y se mueve entre una marea de personas, hombres, mujeres, niños... Va buscando lo que es suyo o sino suyo, si parte de él. Al verlos la multitud y los gritos se difuminan tiene sus cinco sentidos concentrados en las dos criaturas que le llaman y le gritan " papa".

Corren y le dan un abrazo y ahora el hombre blanco es una nube ligera y transparente y la vida con sus pérdidas no es tan mala.

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