martes, 14 de agosto de 2012

EL CUENTO DE UN NIÑO



No es ni más ni menos que el cuento de un niño cualquiera en un lugar cualquiera de lo que conocemos como el “Mundo Desarrollado”. Es un mensaje que lanzo al viento. Un simple ruego para pedir que todos tengamos una familia normal, que intentemos buscarla porque está ahí.

“No era más que un niño, como podía ser yo de pequeño. Tenía la cara triste y casi no levantaba un palmo del suelo aún así tenía cuatro años y cuando lo decía los mayores se reían de él porque pensaban que era demasiado diminuto para tener esa edad.

Único hijo, siempre había sido egoísta, como cualquier niño pequeño y su mal carácter cuando no conseguía lo que quería le hacía estar muchas veces solo. Apenas sí sabía hablar para la edad que tenía o a lo mejor no le apetecía hacerlo. En verano su madre le apuntó a natación pero no quería aprender nada y hacía la vida imposible a su monitor. Su madre no le obligaba a aprender porque era muy difícil hacerle entrar en razón y con un solo lloro le bastaba para que fuera corriendo y le sacase de la piscina. Tampoco les importaba mucho a los padres; era un consentido y a todo le decían sí porque ambos estaban muy ocupados trabajando y cuando llegaban cansados a casa lo último que querían era aguantar al crío. El tiempo de trabajo les privaba de estar con su hijo y cuando lo hacían, era tal la atención que les solicitaba que los padres lo solucionaban todo comprándole todo tipo de caprichos. Su frase favorita cuando criticaban esos modos su familia era “¡Pobrecito si es solo un niño!”.

Todas las personas progresan con tesón y si encima lo principal para ti es el trabajo tienes la vida resuelta; pero los niños también crecen. Este lo hizo y no empezó con mal pie. En el bachillerato los profesores hablaban maravillas de él (cosa común muchas veces si encima es un colegio de “paga una burrada y tienes la carrera hecha”). No obstante, su esfuerzo se reflejaba con creces en las notas. Llegaba siempre emocionado con ellas y con ganas de enseñárselas a sus padres. Quería ser como su padre, tener el mismo éxito y que se sintieran orgulloso de él. Cuando decía a sus padres las notas ellos respondían “¡Muy bien, así me gusta!”, “te compraremos el coche cariño…Pero ahora no que tenemos mucho trabajo”. De pronto todo cambió. Empezó a fallar en los estudios y cada vez pasaba menos tiempo primero en clase, luego en casa. Ya bebía porque tenía 16 años y sabía más de la vida que nadie por lo que no admitía consejos de sus padres cuando tenían tiempo de dárselos. Los padres ocupados en otros menesteres, lo achacaban todo a las cosas de la edad. Descuidos, faltas, incluso salidas de tono de su hijo podían ser perfectamente comprensibles; pero todo es una rueda y al final todo se convirtió en malos modos y rechazo hacia su familia.

El cuero y las insignias daban paso a la cabeza rapada, o a un tupé y unas botas claveteadas ¡que más da! Después, ausencias continuas de casa de sus padres y cuando llegaba lo hacía en un estado lamentable. Apareció un día en su casa lleno de magulladuras y acompañado de la Guardia Civil; los increpaba sin ningún tipo de respeto y les decía “¡Veréis cuando hable con mi padre!”. Papá y su dinero pagaron la fianza y los pobres civiles se vieron envueltos en una polvareda de querellas. El hijo volvía al redil. Pero como esto es el cuento de nunca acabar volvió  a sus andadas. Una segunda vez volvieron a su casa los mismos Guardias Civiles pero esta vez solos. Pidieron a los padres que firmaran un documento. ¡Que sorpresa fue la suya al observar que era el Certificado de Defunción de su hijo! Parece que había muerto de una puñalada en una reyerta entre gente igual de gris que él; “skins”, “Maras” ¡Que más da!

La madre rompió a llorar y el padre acusó a los Guardias Civiles haciéndoles responsables de su muerte. No recordaban la última vez que habían hablado con él como una verdadera familia (si es que alguna vez lo habían hecho). Entendieron demasiado tarde que tenían un hijo de 18 años al que nunca habían querido conocer.

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