miércoles, 12 de septiembre de 2012

RAICES


¿De donde somos? En tiempos como los de ahora la gente extranjera no piensa en sus raíces y estás no llegan a cavar hondo terminando por desaparecer. Yo si soy extranjero. Mis recuerdos flotan sobre un enorme mar azul, poderoso y frío, siempre mirando al horizonte donde la línea rara vez se ve azul y más bien la intuyes gris. El olor a tierra mojada se mezcla con el de los Eucaliptos. Cuando el gris se acerca a tocar la costa y lo ves desde la playa, te das cuenta de las fuerzas que desbordan esa tierra, la mar también se torna a gris y el viento arrecia mientras huele a salitre. Junto con los grises se mezclan a modo de paleta el inmutable verde que por siglos ha poblado las tierras de Galicia. Coruña, rocosa y ventosa con la Torre de Hércules firme ante la Rosa de los Vientos, siempre mirando por encima del hombro ese mar bravío en donde choca el Cantábrico con el Atlántico. Ferrol, espolón que penetra en lo hondo de la ría. La luz aquí emerge de la tierra no del cielo, las gentes son únicas y la mar, ese inmenso e inabarcable mar que abraza la costa siempre rodeando hombres, animales, vidas. A veces dulce otras bravío. “La Mar es una Mala Mujer” dice Raúl Guerra Garrido pero la amas hasta la locura. Te invita a soñar en lo lejano, más allá de su perfil de horizonte eterno. La deseas y le odias pero al final siempre inunda tu corazón con sus salvajes olas, eternas dentro de ti.

Son mis tierras, mis pies cavan hondo para profundizar más en ellas, sus fuerzas son magnéticas y arrastran. Esa tierra tiene fuerzas cósmicas que te impiden abandonarla realmente ya que sino te sientes perdido. Pero aún clavado en esos eternos verdes y grises gallegos, mi personalidad está cargada de contrastes. Posiblemente sea por los contrastes que a lo largo de mi infancia he sentido. Viajero de entre tierras he sido y soy.  Del eterno gris lluvioso, mis ojos filtran de golpe, lluvia de luz, luz amarilla y poderosa que al mirar al horizonte se mezclan con el marrón de las tierras Aragonesas. Tierras inhóspitas, yermas en gran parte, con cielos blancos que rabian de calor o tiemblan de frío mientras el cierzo barre todo lo que hay de vida alrededor. Tierra de mis antepasados. Tierra dura construida y trabajada por hombres también duros como los terrones de arena de sus campos. Castillos olvidados de reinos sumergidos en el polvo de los tiempos. Locura de monotonía de colores desde Galicia hacia Zaragoza. Calatayud, Ricla, La Almunia, en el lecho del Jalón, dispara verdes de huerta. Medinaceli la frontera, Arcos de Jalón, Somaen o Ariza se pierde en sus marrones tristes, entre rocosas cimas y picudos acantilados con apenas el alivio de regachos invisibles o secos. Y con todo que tierra más bravía. Que gentes más orgullosas de sus raíces que se mezclan con su horizonte como estatuas de sal. Que magia encierra Aragón para de la nada, del vacío erosionado por su cierzo, emerjan pueblos con hermosas iglesias Mozárabes o barrancos invisibles de los que fluyen aguas y vegetación a borbotones, Santa maría de la Huerta. En tan poco tiempo, apenas imperceptible, que contraste entre la vida bañada por las aguas y la desolación rasgada por su cierzo, infernal en verano, como aliento de las entrañas de la tierra. Helador en invierno arrastrando frío desde el Moncayo.

Son mis raíces de las que bebo agua o polvo, paz y sacrificio. Me mezclo entre sus verdes o me pierdo en la soledad del llano yermo. ¡Que inmensidad!


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