martes, 2 de octubre de 2012

DE MADRID....

                                                      Photo by Alberto


"Escribir de Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora”

Mariano José de Larra.


Dejé allá arriba, donde el verde se mezcla con el cielo tierras añoradas a pesar de mi breve niñez allí vivida. Luego, nos instalamos en un pueblo prefabricado, hecho para aquellos que no quiere enfrentarse a la vertiginosa vida de la capital. ¡Que gran decisión fue esa! Después de 30 años sigo pensando que Madrid es para visitarla, abstraerte de lo que te repele y disfrutar de las posibilidades que te ofrece.

La entrada en Madrid es como el descenso a un largo, profundo y pronunciado túnel. Es esa sensación de negrura que te invade todo hasta que tus ojos se acostumbran a la poca luz y entonces, sin tiempo a aterrizar te despiertan de un empujón. Los malos humos lo invaden todo, incluso los grandes parques o pulmones de la ciudad no se libran de la interminable plaga de humanos. Verde artificial, ostentoso en su amplitud para anestesiar la vista de lo que hay más allá de sus muros vegetales. En los buses y los metro la gente se apiña, una corriente humana te lleva en volandas y así debe ser, si quieres salir de esa corriente entonces te avasalla hasta que te derriba. Vagones de metro siempre embotellados, buscas un rincón de espacio apretado contra las puertas, tu burbuja, esa estancia imaginaria que te creas para abstraerte de todo acaba de ser reventada. En la calle, no hay horas, solo sabes que cuando se va el sol, una esfera roja y turbia, es hora de irse a casa, pero mientras, en la calle, el frenético ritmo de vida se mezcla con el eterno sombrero de la ciudad, los ruidos de los coches y las continuas sirenas de las ambulancias. Trafico infernal, peligrosos malabaristas de las avenidas llamados Taxis, gritos de personas, teléfonos móviles, traquetean en tus oídos ¿ Donde están los pájaros? ¿Hace viento? ¿Por qué no oigo el murmullo de las hojas? Vida desorientada, vago por los bulevares sin rumbo fijo, levanto la vista al cielo e intento respirar algo de aire, no hay ni un minuto de paz salvo al mirar hacia la sierra, enormes montes azules y negros velados por la cortina gris de la polución de Madrid, solo puedo verla un segundo ya que me he parado y molesto a los que iban detrás mía, como una correa de distribución, homogéneas filas de personas se distribuyen por las principales avenidas de esta ciudad-mastodonte, la sangre de estas avenidas visten traje, llevan maletín y tienen prisa por producir dinero. El tiempo es oro y Madrid es el mayor productor de oro, ese oro que millones de personas persiguen para extraerlo en forma de billetes con las cuales llenar sus abultadas cuentas o como promesa de búsqueda del Dorado de todos aquellos que vienen de más allá intentando dejar atrás sus penurias, puntos insignificantes como yo. La maquinaria de este monstruo no puede detenerse ni por la noche. Tráfico y atascos a las cuatro de la mañana en las avenidas de Madrid. La noche como elemento de descarga de adrenalina, toda la adrenalina contenida durante las horas de trabajo.

Descubres con los años grandes persona entre esa maraña inmutable de seres y también grandes decepciones. La gente olvida sus valores absorbido por el ritmo de vida que impone esta ciudad. Descubres grades esperanzas y desilusiones. Alguna noche, sientes el viento y si tomas resuello en tu carrera diaria y miras a tu alrededor, te postras ante la impresionante monumentalidad de muchos de los edificios que pueblan estas calles. Mientras, como desde la primera vez que te relacionaste con esta ciudad, las grandes cristaleras de los rascacielos reflejan la blanquecina luz del sol y te golpean sin piedad en los ojos. Aprendes con el tiempo a encontrar en este infierno de hormigón, oasis de paz, bellezas escondidas como chicas furtivas que apenas te miran y te sonríen. Se puede llegar a respirar, filtrando lo que no quieres sentir y abstrayéndote con lo que te llena contemplar.

Yo soy hombre de provincia, nací en medio del mar rodeado de ese gran azul que llena el alma y te da paz. Nunca cambiaré las olas del Océano Atlántico rompiendo en las playas o los acantilados, quizás por eso, por sentirme desarraigado en la capital, sé disfrutar con más intensidad los pequeños detalles de vida que a retazos milimétricos me ofrece Madrid. Tantos años me han enseñado a controlar el agobio y claustrofobia que me produce la ciudad pero sigo buscando las avenidas monumentales, donde corre el aire e incluso alguna vez refresca y contemplas los palacetes y monumentos y, en cierto modo te llega un murmullo apenas imperceptible de ese añorado mar, ese que me susurraba al oído por las noches cuando las olas alcanzaban la costa. Entonces sé que algún día volveré allí y me dejaré mecer en sus brazos mientras me duermo plácidamente con su canto.

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